Los comentarios del autor son responsabilidad suya y no necesariamente reflejan la visión del medio
Ciudad Universitaria es un complejo de edificios en donde cientos de jóvenes van y sueñan cada tarde, cada mañana. Es un armatoste con una infraestructura en medio de la nada, es decir, es como una flor en medio de un basurero. Pero no están solos, también hay una sucursal del Tecnológico de Ciudad Juárez y un Bachilleres, los cuales comparten la misma pena de haber sido diseminados en esta vía láctea desértica.
La primera impresión que me llevé cuando arribé al edificio fue bonita, todo el complejo luce armonioso, la biblioteca es pequeña y pega mucho el sol, está en medio del desierto y cosas más negativas no puede haber.
Ciudad Universitaria simplemente funciona y funciona bien, sin embargo, las personas que van a tomar clase deben viajar con antelación. Hay quienes se trasladan desde El Valle y tiene que anticipar tres horas de su tiempo porque hay que tomar tres camiones para llegar a destino.
La tienda de conveniencia más cercana a CU está a unos 10 kilómetros, así que estás obligado a comprar lo que produce la cafetería y que algún concesionario ganó, me imagino que a través de un concurso.
Los jóvenes estudiantes hacen magia para tomar los alimentos porque como repito, el área habitacional queda a kilómetros de distancia y salir a comprar una torta o un burrito no es redituable ni aunque vayas en motocicleta, y tal vez ni tiempo se tenga.
Es muy común que en los pasillos de la universidad se vea a un alumno vendiendo chicharrones hechizos en casa. Supe de alguna otra persona que vendía sushi, y así, cualquier cosa que se requiera lo encuentras a través de Facebook, lo pides y te lo llevan al salón.
Una de mis clases comenzaba a las 2:00 de la tarde, justo a la hora del hambre. Abiertamente yo permitía que los estudiantes comieran; algunos llevaban fruta picada, otros compraban algún edulcorante, pero había muchos que dentro del salón consumían estos chicharrones descritos que se fríen en manteca y se esponjan y su preparación para botanear exige salsa Valentina.
Era muy común que al entrar al aula, colmada por 25 alumnos, el aroma a vinagre invadiera el ambiente, ya que la salsa en mención, está compuesta básicamente de azúcar con vinagre y algún picante en polvo –ingrediente letal para el estómago–,. A eso súmale que los chicharrones llevan grasas saturadas que hacen que los intestinos bailen lambada.
En una imagen por demás grotesca me tocó ver rolar el frasco de la salsa Valentina por las bancas, uno de los alumnos ya les había vendido el paquete de chicharrones pero había que esperar a que, por su respectiva banca, pasara el frasco de salsa picante.
Me daba pena restringir el consumo de alimentos porque había jóvenes que era todo lo que probaban en el transcurso del día, pues era imposible salir a casa y regresar a la escuela. Si las clases les tocaban quebradas, el alumno tenía que quedarse todo el día.
Les cuento que de los 25 alumnos que tenía, más de la mitad eran consumidores de chicharrones con salsa Valentina, y uno de los alumnos hacia una especie de puré el cual deglutía a chupadas. Un día el vendedor de los chicharrones también llevó un frasco de crema, la cual se vertía junto a la salsa y aquello quedaba de un color rojo bajito; el caso es que todo mundo andaba estresado queriendo ponerle crema a su paquete.
Mientras tanto, en la cafetería de la escuela se hacían filas para comprar una soda o un burrito, lo cual implica disponer de entre 60 y 70 pesos; multiplique esa cantidad por tres días o por cuatro, y súmele eso al servicio de transporte. Un alumno que se dedica específicamente a trabajar va a sufrir comprando en la cafetería y al mismo tiempo trasladándose en el servicio público.
Usted estará pensando que todos los estudiantes pasan por lo mismo y la verdad es que sí, es cierto, sin embargo, en pleno siglo XXI se puede ver a alumnos que padecen de manchas en la cara o venden sangre para completar la colegiatura.
Recientemente acudí a la cafetería de ICSA en la UACJ, compré unos polvorones “integrales” y un horripilante café, la suma era de casi 70 pesos, no obstante, al querer pagar con tarjeta de débito, la cajera me dejó este mensaje: “se le van a cobrar dos pesos de cargo por el uso de la tarjeta”, a lo cual no tuve más remedio que decir que sí, pues el hambre arreciaba y ya traía las cosas en la mano, así que su servidor ya estaba salivando como el perro de Pavlov.
Pensé que debería de escribir esta columna ya que este abuso en contra de los estudiantes no lo ven las autoridades universitarias, así como la carestía de la cafetería de ciudad universitaria. El alimento es básico para que el cerebro retenga y mantener un buen humor a la hora de estar en el salón de clase.
Apenas el domingo antepasado una juarense fue incluida en la entrega de los Oscares; de inmediato algunos “columpios” de la UACJ supieron que la mujer es egresada de esta institución y no esperaron ni al lunes para presumir que era licenciada en diseño gráfico y exalumna. Como si ella necesitara que se le reconociera como exalumna. La universidad no cuenta con bolsa de trabajo, cada semestre que ingresan los alumnos se les da su certificado y la bendición, y háganle como quieran y como puedan.
Pero algunas autoridades están ufanadas, ahora sí la representan, ahora sí son exalumnos pero ni siquiera saben cómo le hizo esta alumna para llegar al top. No tienen la más remota idea qué sacrificios hizo para terminar su licenciatura. ¿Saben si se alimentó de chicharrones mantecosos con Valentina? No, no lo saben, a la institución le viene valiendo un soberano cacahuate.
*Los comentarios del autor son responsabilidad suya y no necesariamente reflejan la visión del medio.
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