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El dividir, vivir en el rencor, nunca ha ayudado a la humanidad a crecer: Eufrosina Cruz Mendoza

Por Luis Carlos Ortega |

Nació en Santa María Quiegolani, una pequeña y remota población de la etnia zapoteca ubicada al sur de la Sierra de Oaxaca que, hasta hace muy poco, ni siquiera figuraba en muchos de los mapas del país.

Es uno de los 417 municipios de los 570 existentes en la entidad oaxaqueña, donde sus autoridades son elegidas con base a sus usos y costumbres y donde, hasta hace relativamente poco tiempo, no tenían cabida las mujeres.

Fue en 2007 cuando, a sus 27 años de edad, Eufrosina Cruz Mendoza –actual diputada federal por Oaxaca– decidió participar por primera vez en la política de su comunidad como candidata a presidenta municipal.

Pese a haber ganado la contienda, los votos a su favor fueron anulados bajo argumentos propios de los usos y costumbres de su comunidad. Entre ellos una declaración a nivel periodístico en donde se señala que “las autoridades municipales de Santa María Quiegolani, Yautepec, Oaxaca” la desconocen como ciudadana y vecina de esa población.

Para Eufrosina, sin embargo, lo que está claro en estos hechos es que su comunidad no estaba preparada para la participación política de las mujeres.

Presentó entonces una denuncia ante la Comisión Para la Defensa de los Derechos Humanos de Oaxaca, instancia que dictaminó que “la implementación de las leyes consuetudinarias indígenas en materia electoral no debe estar reñida con el principio de igualdad entre mujeres y hombres”.

En 2010 accedió al cargo de diputada en el Congreso de Oaxaca, convirtiéndose más adelante en la primera mujer en presidirlo.

Desde ahí promovió una reforma a la Constitución local para garantizar que las mujeres indígenas puedan ostentar los mismos cargos políticos que los hombres.

En 2012 fue electa diputada federal, cargo desde el cual promovió una reforma similar a nivel constitucional, para imponer el principio del sufragio universal y la participación igualitaria de hombres y mujeres.

De entonces a la fecha se ha dedicado a promover, incluso en foros internacionales, estrategias de democracia legislativa, desafiando los tradicionales mecanismos de participación política en las comunidades indígenas.

De visita en Ciudad Juárez para promover su libro “Los sueños de la niña de la Montaña”, donde narra sus vivencias en el entorno de pobreza y sumisión a las costumbres ancestrales en que creció, así como su historia “de terquedad y rebeldía”, amablemente dedica parte de su ocupada agenda a conceder una entrevista para Norte Digital.

Una entrevista sostenida en el fluido y colorido español que aprendió a los 18 años de edad, mediante el cual se da a entender con suficiencia en cada escenario en que participa, y desde donde, con esa misma suficiencia, afirma categórica que “ahora al mundo le toca entenderme a mí y entender a mi gente”.

NORTE DIGITAL (ND): Platíquenos de lo que viene a hacer ahora con su visita a la ciudad. Sabemos que viene a presentar su libro “Los sueños de la niña de la Montaña”, pero junto con esto evidentemente hay –imaginamos– también intereses inseparables de la causa que usted defiende.

EUFROSINA CRUZ MENDOZA (ECM): Primero, para mí Ciudad Juárez significa muchas cosas. Significa un lugar donde convergen diferentes historias, diferentes resistencias, diferentes desigualdades, pero también significa oportunidad, oportunidad para muchas hermanas y hermanos que vienen desde el sur sureste, ¿no?

Ciudad Juárez significa la posibilidad de construir su destino (sic) de estas niñas como Faby, una joven que hoy está trabajando aquí en esta ciudad y que salió a los ocho años de su región mixteca, y hoy es una licenciada en administración, con una maestría.

ND: En su libro describe su historia personal, su enfrentamiento con una comunidad en la que creció, y de cómo surgió en la niña que era entonces una necesidad de romper con usos y costumbres ancestrales que imponen roles injustos, principalmente a las mujeres. Platíquenos de ello.

ECM: Bueno, yo no soy nadie, no tengo la verdad absoluta, pero trato de dar mi punto de vista con la responsabilidad que eso conlleva. Cuando tú naces en estos entornos adversos llenos de desigualdad y llega una lucecita y te indica un nuevo caminito en donde la curiosidad es el primer acto que nace en esa niña, una curiosidad que la hace preguntar ¿por qué mi maestro se baña todos los días? ¿Por qué huele bonito? Entonces empiezas a aspirar.

Yo creo que cuando hay estas adversidades, el primer acto es la curiosidad de descubrir otras posibilidades y el segundo acto es empezar a cuestionar esas cotidianidades y de ahí a revelarte y a decir “yo quiero…”

ND: Y lo que la llevó a rebelarse entonces fue…

ECM: Que no me gusta el que me digan qué tengo que hacer, que me digan que tengo que casarme sin ser mujer todavía, cuando tenía doce años. Te atreves y desafías toda esa adversidad por más dolor que conlleva. Entonces podría decir eso, esa niña de la montaña aprendió a construir su propia historia sin negar de dónde viene, porque me siento orgullosa de ser de una comunidad, de ser indígena porque, ¿sabe? Han ocupado la palabra indígena para detener el desarrollo, para que nos digan que no tenemos derecho de aspirar, de soñar, para que nos digan que somos grupos vulnerados, para que nos digan que somos los niños chiquitos de este país, ¿no? Por eso nos tienen que dar para sobrevivir, cuando no somos eso.

ND: ¿Qué es lo que sí son?

ECM: Somos los que hemos construido este país, la historia de este país, ahí están Monte Albán, Teotihuacán; hemos cuidado esta madre tierra, hemos cuidado el agua, hemos cuidado nuestros bosques, los pulmones que respira este país, lo hemos cuidado nosotros y nosotras, por lo tanto, no somos víctimas, no somos vulnerables, eso es lo que yo diría a esta sociedad, que reaprendan a vernos con los ojos correctos, que no somos víctimas y mucho menos grupos vulnerables.

Somos posibilidad, somos oportunidad y lo que queremos es nada más lo que nos corresponde, porque somos dueños de esta historia.

ND: Sin embargo, bueno, evidentemente hay necesidad de que estas comunidades se sumen al desarrollo, es decir…

ECM: ¿Qué es desarrollo?

ND: ¿Qué es desarrollo?

ECM: ¿Es construir casas de cemento, llevar un pedazo de fierro? Espérame… pregúnteme a mí qué entiendo por “desarrollo”. Nos impusieron el desarrollo llevándonos Sabritas, llevándonos la Coca-Cola, pero se les olvidó llevar con ello la educación, la salud. A ver, en estos entornos debe haber un hospital, en estos entornos debe de haber un aula con internet, con luz, para que esos niños y esas niñas sepan que hay otras posibilidades allá en su montaña. Para que estas dualidades de mundos, de que un niño indígena y un niño de ciudad, se conecten y que no haya tantos estereotipos, ¿no?

Nos dijeron que el desarrollo era tener una casa de cemento y ahora resulta que no. Las grandes cabañas, las casas de descanso resulta que son materiales de mis ancestros: adobe, madera; y una noche la cobran carisísimo.

O la nueva denominación como comida gourmet, ¿no? O vegetariano; el hongo desecado, la sopa de frijol con guías, y eso. Antes nos dijeron que nos hacía daño y ahora resulta que no. A eso me refiero, que nos impusieron un concepto de otra cosmovisión sobre qué es desarrollo, cuando ya nosotros teníamos en nuestras manos y en nuestra historia el desarrollo.

ND: ¿Y quién impone esa cosmovisión y esa idea de desarrollo? Porque muchas de esas decisiones no se dan por el presidente de un país, o por un Congreso. Muchas de esas ideas son impuestas por organismos internacionales…

ECM: Organismos internacionales o sociedad en general, porque como sociedad en general vivimos en un país en donde, cuando se escucha hablar de “la población indígena”, pues de manera automática se piensa: “pues… los jodidos”, ¿no?, el que está en la esquina, la “muchacha…”. Esa es la visión y la aspiración que tiene la sociedad hacia con nosotros.

ND: Usted promueve mucho el entendimiento, una visión conciliadora a nivel de cosmovisión. ¿Es eso posible en una sociedad tan polarizada, tan dividida como la actual? ¿Por qué?

ECM: Porque los conflictos nunca han ayudado a la humanidad a que estas dos dualidades caminen juntas, nos necesitamos todas y todos, o sea, la visión comunitaria indígena y la visión de una sociedad urbana.

A ver, ¿para qué queremos la tecnología desde la montaña? Pues para decirle al mundo cómo estamos cuidando nuestra casa grande, el planeta, cómo cuidamos nuestro medio ambiente, cómo no queremos fertilizantes, cómo, en lugar del abono, el excremento de la vaca o del burro lo metes en la milpa, y en lugar de que te dé dos mazorcas te da cuatro mazorcas. Esas sabidurías son las que tiene que saber el mundo.

O por ejemplo los huipiles, cómo se hacen, cómo se cuida el gusano de seda, cómo ese algodón lo siembran y cómo lo van deshilando, cómo los colores y los textiles los mezclan con las raíces de los árboles y salen unos colores extraordinarios, sin necesidad de contaminar el medio ambiente, ¿no? Nos han invadido las comidas embutidas, las latas, y en el pueblo pues a ver el durazno, la mermelada, cómo la haces de manera natural.

Esos saberes y esas dualidades por supuesto que el mundo necesita saberlas, pero también necesitamos tecnificar para que en lugar de hacer eso de manera poquita, la dualidad del conocimiento, la mercadotecnia, pueda ayudar a que sea más amplia. De eso hablo.

ND: ¿Cómo enfrentar entonces las resistencias tanto a nivel exterior como interior? Usted habló de interioridad en la charla que sostuvo esta mañana.

ECM: Yo creo que es con la educación, en serio, porque si yo no me hubiera educado, hoy yo estuviera en esa resistencia de que me han considerado víctima, y me la creo.

ND: Pero hay también una tendencia muy fuerte a promover esa victimización.

ECM: Sí, claro, desde el exterior, desde la antropología. El que nos han romantizado muchas formas de organización de estos entornos. Yo he dicho que mi cultura, mi identidad, mi costumbre que yo defiendo, yo, Eufrosina, es mi lengua, es mi vestimenta, es mi forma de cuidar el medio ambiente, pero no la violación de los derechos humanos, ¿eh?

ND: Sus usos y costumbres, ¿violan los derechos humanos?

ECM: Que obliguen a una niña de 12 0 13 años a casarse viola sus derechos. Más de un millón de niñas son casadas cada año a la fuerza en México. Ahí debe de terminar cualquier cultura, ahí ya se llama abuso, se llama violencia, y hay que poner el nombre como debe ser, no medidas de que “es que así es la costumbre”. No. Debe ser considerado un delito grave. La costumbre no es que te casen, no es que seamos invisibles; mi historia, la de mis ancestras, es que en mi pueblo hubo una Gobernadora Diosa de la Mazorca, por ejemplo. Pero llegó la colonización y nos dijo que somos los jodidos. ¡Pues no!

ND: Esta victimización también conlleva culpar en muchos sentidos a los hombres por valerse de esos usos y costumbres para someter a la mujer. ¿Cuál su postura? ¿Cómo enfrenta esto en el Congreso donde hay tantas posturas que criminalizan actualmente la condición del hombre?

ECM: Yo creo que no son responsables, lo he dicho. Debemos dejar de culpar a ese papá y a esa mamá de algo que tiene que ver con las circunstancias en las que crecieron. Por ejemplo, mi mamá, mi papá en este caso. Pues, a ver, yo pensé que él nunca iba a entender que su hija también tenía derechos, un hombre que no sabía leer, que no sabía escribir.

Mi papá falleció hace cuatro años. Antes de su fallecimiento aprendió a darme mi primer abrazo. Aprendió a decime “apúrate porque las señoras te están esperando”. Porque los dos entendimos que no es quitar el espacio de nadie ni la voz de nadie; nomás queríamos nosotras que nos escucharan la voz sin quitar la voz del hombre, sin quitar su rostro del hombre; lo que queríamos es que hable nuestra voz, que hable nuestro cuerpo, que hable nuestra voz estando ahí, con lo que somos, ¿no?

ND: ¿Se trata entonces de generar un entendimiento? Pero en estos tiempos, insisto, hay posturas muy radicales empujando, llevando las cosas al conflicto.

ECM: Creo que es un reaprender, no es una lucha, no es una guerra; es en donde todos quepemos (sic), porque cuando gana toda la sociedad, ganamos como humanidad, yo creo.

Entonces, yo siempre convoco a esa gran reconciliación porque, pues también la historia ha demostrado que el dividir, vivir en el rencor, nunca ha ayudado a la humanidad a crecer; que tú eres esto, que tú eres lo otro, por tu culpa soy pobre. Son circunstancias de la vida nada más.

ND: Evidentemente usted pertenece a una etnia, la etnia zapoteca. Pero México tiene…

ECM: 68 etnias.

ND: Sí, 68 etnias, otros como Fernando Benítez hablaban de 57, pero bueno, el hecho es que es una gran variación de ideas, de cosmovisiones, y que también van a tener resistencias a la visión de una de esas etnias. ¿Ha encontrado resistencias a sus propuestas de cambio en otras comunidades?

ECM: No, fíjese que no. Es que son muchas las coincidencias. La coincidencia que más nos une como pueblos indígenas es el amor a la casa grande, el amor a nuestro planeta, el amor al cuidado del medio ambiente.

El recuerdo más hermoso que tengo de mi padre, por ejemplo, de ese hombre que no sabía leer, que no sabía escribir, ¿qué me enseñó? A saludar a los cuatro puntos cardinales, sin saber leer ni escribir; a que su primer horcón, lo primero que hacía cuando clavaba ese horcón, era dar su agua a esa madre tierra, dar la bendición y decir “no te pido ni más ni menos, solo te pido lo que alcance para que yo dé de comer a mis hijos”.

Y eso es lo que pedimos los pueblos indígenas. No te pido ni más ni menos, solo lo que me corresponde. Ni más ni menos.

ND: Respecto a la etnia rarámuri, propia de Chihuahua, ¿qué coincidencias y qué diferencias ha encontrado para poder entenderse en este aspecto del que habla?

ECM: Fíjese que hace como un mes y medio estuve allá, con las niñas rarámuris, en estos albergues en donde se están educando. Y vuelvo, y repito, y coincido, y pongo en el centro que la herramienta más poderosa para que una niña defina qué es ser indígena, qué es ser mujer, es la educación. Y que nunca más tengamos que negar nuestra identidad para que nos incluyan en el desarrollo, ¿no? Negar que somos rarámuris o zapotecas para que nos vean con lo ojos correctos.

Entonces, me he encontrado esa misma hambre, la de esa niña, Eufrosina, en el rostro de esas niñas rarámuris. Lo puedo asegurar porque lo vi en sus ojos, porque lo escuché en sus labios, y el verlas jugando volibol, basquetbol con sus trajes, con sus ropas, gritando, me volvió a la edad de esa niña de ocho o nueve años, gritando y descubriendo que tenía voz para gritar, jugando canicas, ¿no? Hace mes y medio viví esa experiencia en un albergue donde están puras monjas.

Lo que más me gustó es que este centro educativo no quitó lo que es de ellas, sino que están en ese desarrollo con lo que son; con su falda, con sus colores.

ND: Sin embargo, hay una gran ambición también en muchos sectores de la sociedad occidental que buscan mantenerse en las comunidades indígenas por cuestiones de posesión de tierras, de turismo, e ir relegando de sus tierras a esos grupos. Es una confrontación desigual que no corresponde a una visión romantizada, sino más bien a una ambición.

En ese aspecto de las resistencias que usted encuentra en sectores empresariales, en grupos de poder que quieren mantener ese “status quo”, ¿cómo la ha llevado a comportarse e ir promoviendo esa visión suya? ¿Con confrontaciones, sobrellevándola, negociándola?

ECM: Por eso hice el libro (risas), para decirles “a ver, espérense, el territorio es de nosotros y nosotros podemos cuidar estos territorios. Perdón. Queremos estar en la toma de decisiones, queremos ser parte de estas inversiones porque somos los dueños de esta tierra”, ¿no?

Y ahí repito, sobre la educación, en serio. Una comunidad más educada, más consciente, no va a permitir que otros le arrebaten lo que es de ellos.

ND: Actualmente es usted diputada federal hasta 2024, pero va a seguir en la política, suponemos. Se menciona que usted tiene interés en ser gobernadora de Oaxaca.

ECM: Para dentro de seis años (más risas).

ND: Bueno, ya dijo. Pero, ¿qué más viene para usted en el futuro?

ECM: Primero lograr que se apruebe la iniciativa que ya platiqué sobre el Código Penal Federal de mi país; que los matrimonios infantiles ya sean considerados un delito grave, para que nunca más una niña tenga que casarse porque así lo dicta su origen o la cotidianidad de ellas, ¿no?

En segundo lugar, entregar a un buen ciudadano a mi país. O sea, que un niño, una niña, esté consciente de que ser niña o ser niño no define su capacidad, sino que lo definen sus valores, que lo defina lo que él tiene que construir como sus propias oportunidades.

ND: ¿Algo qué desee decir a la gente de Ciudad Juárez?

ECM: Le diría yo a las mujeres y a los hombres nativos de esta ciudad que no los vean con los ojos incorrectos, que los vean con los ojos correctos; que los vean con su traje, con sus colores, sin verlos como víctimas, sin verlos como grupos vulnerables, sino como posibilidad y oportunidad para que crezcamos juntas y juntos. Eso.

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