La incertidumbre se apoderó de “Alfonso”, connacional de entre 35 y 40 años, cuando llegó a Ciudad Juárez esta mañana.
Fue deportado por autoridades migratorias de Estados Unidos con otros compañeros de viaje.
De repente se vieron en una tierra que no conocen, donde todo el ambiente les parece hostil.
Mientras el reportero se acerca, se muestran huraños y apenas atinan a decir unas cuantas palabras. Tras varios minutos de intento de entrevista, uno de ellos se atreve a pedir una identificación, para que se demuestre que es un periodista con el que hablan. Examina con detalle la credencial y aunque no se ve del todo convencido, acepta una breve plática.
Refiere que era ayudante de albañil en el centro del país y el sueldo de mil 400 pesos semanales no le alcanzaba para mantenerse él y su familia. Se convenció de que no había otro remedio más que emigrar a Estados Unidos para salir de la pobreza que los lastimaba.
Se enganchó con un grupo de polleros que le cobraron 10 mil 500 dólares por traerlo hasta la frontera, cruzarlo y esconderlo en El Paso, Texas, desde donde lo trasladarían luego a su punto de destino en la unión americana.
Todo había salido relativamente bien, porque lograron llegar hasta la zona de Santa Teresa, Nuevo México, donde con la ayuda de una escalera treparon el muro metálico y de uno en uno fueron deslizándose por los tubos, hasta caer en territorio estadounidense. En vehículos los llevaron a una casa de seguridad, donde esperarían el momento adecuado para salir otra vez.
“Lo que se me hizo extraño es que el que nos llevaba dijo que esa casa era de ellos, pero se metió por una ventana y luego ya todos entramos por ahí”, comenta.
Señala que a la media hora “ahí nos cayó Migración, unas 15 patrullas, éramos más de 20 por todos”.
Detalla que los elementos tocaron la puerta diciéndoles que eran de la Policía, momento en el cual se vieron obligados a salir para entregarse.
“Ahí nos detuvieron a todos”, precisa, y agrega que los migrantes eran de nacionalidad mexicana, guatemalteca, salvadoreña y hondureña.
“Lo más duro es que ya estábamos allá del otro lado y mire, nos cayó Migración”, expresa entristecido.
Mientras analizan si se regresan a sus lugares de origen o ven la forma de internarse nuevamente a Estados Unidos, tratan de comunicarse con los polleros que los trajeron hasta acá, ya que casi a todos los migrantes los despojaron de sus teléfonos celulares y sus carteras y por el momento no cuentan ni con dinero ni con identificaciones.
Para saber cómo moverse en la ciudad, uno de los deportados se acerca a un taxista y le pregunta cuánto cobra por un viaje a la Central Camionera.
“Quinientos pesos”, responde el chofer. Se regresa con el grupo, mientras el hambre empieza a apretarles el estómago. El regreso a casa o la esperanza de volver a cruzar tendrán que esperar.