Por Mauricio Rodríguez |
Hace poco más de 7 meses, la vida de Aarón Velázquez Domínguez, de 38 años de edad, cambió radicalmente: sus piernas fueron amputadas, producto de la diabetes.
La pequeña vivienda en la que habita junto a sus tres hijos y su esposa, se cae poco a poco a pedazos.
Cuando llueve, el temor es una constante en ese hogar, debido a las goteras que cada vez son más profusas en el techo de madera, apenas recubierto con plástico negro.
El mobiliario al interior de la casa es escaso, viejo y está en malas condiciones.
Las carencias son altas, son muchas, dice Aarón, quien reconoce que en su casa falta todo, menos la fe.
Afuera de su vivienda, su esposa Zenaida, junto a Olivia, madre de Aarón, tienen un puesto de ropa y artículos de segundas con las que se ayudan para conseguir recursos. Un día a la vez.
Es una tarde cualquiera de octubre y pocas son las personas que pasan por el cruce de las calles Vicente Guerrero y Durango, en la colonia Manuel Valdez I. Ahí, sentado en una destartalada silla de ruedas, Aarón acompaña a su familia.
Es martes y está soleado, lo que permite la venta, aunque los clientes permanecen ausentes durante las primeras horas de la mañana; pero las mujeres a unos metros de Aarón, tienen confianza de que pronto alguno llegará.
Ayer el clima no permitió hacer nada en la vendimia, la lluvia se robó gran parte de la mañana; pero hoy es un día diferente.
Por eso Aarón asegura, que aún y cuando ha perdido las piernas, no piensa quedarse cruzado de brazos.
Apoyado por amigos que en ocasiones le dan un “aventón” a un centro comercial cercano, o en otras, por el favor de sus familiares que empujan durante media hora la desvencijada silla de ruedas en la que le trasladan por las calles de su barrio, Velázquez Domínguez solicita el auxilio ciudadano, en la entrada de una tienda departamental.
Así es como logra diariamente llevar a la casa entre 80 y 300 pesos, producto de las 5 o 6 horas que permanece a la intemperie, en busca de la caridad.
Pero no siempre la buena voluntad prevalece, ha habido ocasiones que las monedas que ha conseguido de los transeúntes le han sido arrebatadas por asaltantes, quienes sin tomar en cuenta sus condiciones físicas, lo han golpeado.
“Son caídas de la vida, de las que también me he tenido que levantar”, dice Aarón.
Aarón Velázquez Domínguez, de 38 años de edad, nació en Silao, Guanajuato, pero hace 20 años llegó a Ciudad Juárez.
Antes de eso, vivió una infancia difícil, al abandonar la casa materna a los 7 años y terminar en un internado para menores. Luego, al paso de los años, emigró a esta frontera, donde ha vivido, trabajando principalmente, como guardia de seguridad, oficio que desempeñó hasta el año pasado, cuando su salud se vio afectada de forma radical.
La violencia que detona otros malestares
La violencia en la ciudad es un monstruo de mil cabezas, cuyos tentáculos golpean a la población, de manera siniestra.
Eso lo sabe Aarón, quien durante su trabajo como cuidador de fraccionamientos, pasó una serie de amargas experiencias, cuando aún desconocía que padecía diabetes.
Una de ellas ocurrió en el 2010, cuando un hombre al que solicitó identificarse a la entrada del conjunto habitacional que vigilaba, terminó por atropellarlo y casi le arranca la vida.
El entonces vigilante refiere que cuando le pidió al conductor que le permitiera hacer su trabajo, notó que estaba visiblemente intoxicado, luego le echó el vehículo encima, lanzándolo hasta topar con el alto de la pluma de la caseta.
Tirado en el piso y ensangrentado por el golpe que recibió en la cabeza y ante los gritos de horror de algunos de los vecinos que le advertían una nueva embestida del atacante, Aarón, como pudo, saltó entre unas jardineras, evitando ser nuevamente arrollado.
Varios vecinos lograron contener al agresor y entregarlo a las autoridades, aunque poco pudo hacerse en su contra, ya que salió libre, recordó.
Este ataque, le dejó una herida de 13 centímetros en la cabeza, además de golpes múltiples que le mantuvieron convaleciente en cama durante varios meses.
Pese a los sustos, la vida continuó
Los episodios violentos y los sustos como el anterior narrado, eran parte del trabajo de Aarón como guardia, a quien le fue detectada la diabetes hace 8 años, en los que continuó en esa labor de vigilancia.
Narró que ese día había cambio de horario y se retrasó por la confusión y tuvo que apurarse para llegar a su trabajo. Esa mañana, hace poco más de un año, al bajar de un camión y apoyar el pie en el piso, sintió un fuerte dolor.
Tras llegar con dificultad a la caseta donde cubriría el turno y sentarse, simplemente ya no pudo ponerse de nuevo en pie. El fuerte dolor de la extremidad, le obligó a pedir permiso para dejar el trabajo e ir a atenderse, lo que a la postre le costó el trabajo, pero, además, recibió ese día la primera mala noticia.
La afectación en su pie era tal, que tuvieron que amputarle los dedos del pie debido a que, según le explicaron los médicos, tenía ya una avanzada infección.
Sin embargo, la carencia de recursos sumada a la nula atención posterior, provocó, un año después, un daño mayor e irreversible en el cuerpo de Aarón.
El 2 de marzo de 2022, al ver las condiciones en las que se encontraba, un grupo de amigos llevó a Vázquez Domínguez al hospital, para que fuera atendido con urgencia.
Allí, el médico fue claro con el paciente, la infección se había propagado por la mayor parte de sus extremidades inferiores y no había ya otra opción más que la amputación.
“Yo quería seguir viviendo y acepté que lo hicieran y yo sabía que, a partir de ahí, la vida iba a ser difícil, pero no imposible”, expresó.
Me cortaron las piernas, pero no me cruzaré de brazos
Al día de hoy, la familia de Aarón está compuesta por su esposa Zenaida y sus tres hijos, Gabriel de 16 años, Diana, de 14 y Jazmín, de 11, las dos niñas estudian, mientras que el hijo decidió dejar la escuela. No cuentan con ningún tipo de beca para apoyar sus estudios, señaló.
Tampoco él mismo pudo tener acceso a una beca por discapacidad. Aseguró que hace algunos meses acudió a hacer el trámite en las oficinas de Bienestar, pero le indicaron que pese a su padecimiento no calificaba; esta ayuda, le dijeron, solo era otorgada para quienes tenían la discapacidad de nacimiento.
Sobre apoyos municipales y estatales, Aarón se limitó a mirar al horizonte, para luego solo decir “pues de esos ya mejor ni hablamos”.
Toda la ayuda es bienvenida
Al día de hoy, Aarón requiere de todo tipo de ayuda, tanto para mejorar las condiciones de su hogar, como las de su propia salud.
De manera urgente, dice, es necesario un refrigerador para mantener a la temperatura ideal la insulina que tiene que suministrarse; también requiere una silla de ruedas.
Además, necesita de pañales especiales, toallas desinfectantes, ropa, principalmente shorts. En la casa que le tienen prestada, se requieren reparaciones inmediatas, ante la llegada del invierno.
Velázquez Domínguez recordó que justo ayer lo visitó Rey Víctor González, quien tiene una página en Facebook y se autonombra como “El Reportero loco”.
González se encargó de reunir algo de apoyo, una silla, algo de despensa y un sillón, que consiguió a través de sus contactos en la red social.
“Todo el tipo de ayuda que sea posible es bienvenida”, señaló.
Cómo viven Aarón y su familia
La vivienda donde habita Aarón está compuesta por tres habitaciones, una de ellas, ya inhabitable por las condiciones del techo, se encuentra llena de cacharros; otra tiene un par de camastros donde duermen sus hijas; allí también hay una pequeña cocina con dos sartenes colgando en la pared.
Hay también en la habitación una pila de ropa, es la que usan para revender. La tercera habitación es la que comparte Aarón con su esposa.
Los días de Aarón dentro de casa, transcurren principalmente allí, en su cuarto, observando una serie de luces de colores que le han colocado en el techo sobre la cama donde duerme.
En una esquina de ese cuarto se observa la madera carcomida y llena de sarro, producto del agua de lluvia.
Ahí, en una vieja cama, es donde descansa. En el buró de junto hay otras dos lámparas, una en forma de semáforo y otra circular, que asegura, le alegran las horas.
En la mesa junto al baño, está una pequeña televisión que es compartida por toda la familia.
“A veces quisiéramos tener otra tele –dice Zenaida, su esposa, quien hasta ese momento se había limitado a permanecer atenta a la visita–, lo que pasa es que se meten nuestros hijos a ver la tele y cuando tengo que hacerle las curaciones o cambiarlo por sus necesidades, a él le da mucha pena y los tenemos que sacar”, comentó.
Las niñas no tienen otra forma de entretenerse, no tienen ni un celular para hacer la tarea”, agregó.
A pesar de las carencias que enfrenta, la familia no pierde el ánimo
Aarón está seguro de que, de alguna manera mientras pueda, seguirá acudiendo al centro comercial, para pedir el apoyo de la comunidad.
Tiene la confianza de que ya sean 80, 200 o a veces 300 pesos, que recabe diariamente, servirán para seguir sacando adelante a su familia.
Bajo la sombra de un árbol que se encuentra afuera de la casa, la familia se reúne en torno a unos botes de pintura, donde han sido colocados algunos alimentos que habrán de compartir.
Mientras las mujeres comen, Aarón se prepara para solitario avanzar entre las calles, no sin antes despedirse.
“Aquí se ve lo poco y lo mucho de la necesidad que hay, como le vuelvo a repetir, no nos quedamos con los brazos cruzados, bendito mi Padre Dios que nos da fortaleza de seguirnos moviendo”, puntualizó.
Si usted quiere ayudar a Aarón y a su familia, puede comunicarse a los teléfonos 656 317 3865 o al 656 359 8745.