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Cuando la venezolana Lady vio la muerte en la selva del Darién

Por Javier Arroyo |

A Lady López le tocó ver la muerte en la selva del Darién, el infierno entre Colombia y Panamá que los migrantes sudamericanos cruzan a pie cuando van al norte en busca del sueño americano.

La venezolana de 26 años es parte del campamento que se mantiene junto al río Bravo, aunque muchos se cansaron de esperar y se han entregado a las autoridades migratorias sin saber todavía qué va a pasar con ellos.

“Hay gente que se jodía la pierna. Llegué a ver un haitiano que no podía caminar porque se le irritó todo esto”, cuenta Lady y se toca la entrepierna. “Horrible, horrible. Y ese haitiano se murió, porque él decía que lo dejaran ahí. Ya no quería seguir y él sí se murió”, narra la joven que dejó a sus tres hijos en Perú y a su esposo, porque se accidentó antes de continuar el viaje.

Si la selva no fue tan ruda con ella, se debe a que los viajes los hacen siempre en grupos grandes y todos se cuidan entre sí, sobre todo a la hora de pasar el río El Abuelo, cuya corriente cobra víctimas muy frecuentemente, incluso niños.

“Eso es lo único más feo que yo pude ver, sinceramente. Y los niños, ahí había niños que no tenían qué comer. Nosotros hacíamos potes de avena grandes porque nosotros llevamos avena, atún, galleta, de todo. Cada uno cargábamos de todo. Y hacíamos potes de avenas grandes porque les dábamos a los niños que tenían hambre,”, cuenta Lady.

Y aunque ya la marcó para siempre lo que vio y vivió en el Darién, afirma que por una serie de abusos de policías y autoridades migratorias, fue todavía más difícil cruzar Centroamérica y México para llegar hasta la frontera con Estados Unidos.

“Hemos tenido que correrle a la migración. En cada puesto que nos paran hay que darles dinero. Uno corre muchos riesgos. Hay personas que las han secuestrado, que las han robado, que han perdido todas sus cosas, como nosotras”, narra la mujer de apenas 26 años.

Dice que en todos los lugares la acompañó el miedo aunque asegura que “miedo así como tal no, porque yo siempre digo que ando con la bendición de Dios y que sea lo que Dios quiera”.

NO TODOS SOMOS MALOS, DICE LADY

En el campamento que se alzó a unos metros del río, Lady lamenta que no ha podido cruzar porque cambiaron las circunstancias desde aquel 12 de octubre, cuando Estados Unidos decidió aplicar a los migrantes venezolanos el Título 42, la norma que justificó expulsiones exprés bajo un argumento sanitario.

Justo ese día que cambió la política migratoria de Estados Unidos, cuatro horas después del anuncio, ella llegó a Juárez con un grupo de venezolanos de su mismo pueblo, Barquisimeto, entre los que se cuentan sus primos y primas.

La semana pasada se anunció que finalmente concluirá para el 21 de diciembre el polémico Título 42, y aunque algunos han vuelto a cruzar para intentar el asilo, otros mantienen la espera porque no saben qué pasará al entregarse a las autoridades estadounidenses.

“Los venezolanos –dice– no todos somos malos. Hay unos que sí queremos trabajar. Si yo no hubiera tenido mis hijos yo no emigro, sinceramente. Pero me tocó porque yo tengo mis tres hijos y yo quiero darles mejor vida a mis hijos”.

SIN OPCIÓN CUANDO NO HAY PARA COMER

Lady dejó Venezuela desde hace cuatro años y se instaló en Perú con su familia, pero la situación económica también se complicó en el país andino y ella decidió sumarse al grupo migrante de su natal Barquisimeto.

Apenas empieza a recordar la situación que vivía en Venezuela, cuando el llanto le trunca las palabras.

“Cuando yo salí, yo a veces no tenía qué darles de comer a mis hijos. Obviamente que tenía que buscar la manera, la solución, así yo trabajara, no me alcanzaba, no me alcanzaba para comprarles ropa, no me alcanzaba para sus zapatitos, no me alcanzaba para comprarle las cosas en el Colegio. Que ellos querían comerse algo y no podían…”, señala la joven madre.

Cuando se atora la voz y brotan las lágrimas, Lady se lleva sus manos a los ojos.

“Es duro de verdad, pasar por esto. Cuando te dicen, oye mami quiero comprar esto y yo no tenía para comprarles”, narra a un lado de la tienda de campaña que comparte con sus familiares.

Ahí espera, como muchas otras personas en condición de movilidad, para ver si estados Unidos abre o no su frontera.

Ahora ríe cuando se le pregunta qué piensa hacer si en realidad no cambia nada en las políticas migratorias de Estados Unidos. Suelta una carcajada y dice que no puede compartir su plan.

“No puedo decir lo que vamos a hacer aquí, pero sí vamos a buscar la solución. Y bueno, que sea lo que Dios quiera y por lo menos esta gente se les toca el corazón sinceramente. Porque no soy yo nada más. Muchas madres aquí, estamos en lo mismo”, señala.

En Perú, donde vive su madre, a Lady la siguen esperando su hija Sarahí de doce años, Fernanda de diez y su pequeño Diago de seis.

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