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La fonda de doña Chole

Amaneció enojado AMLO y dijo que “La señora presidenta de la Corte para hablar en plata, está por mí, de presidenta…”

Había una fotografía enorme colgada arriba del mostrador, era un cartelón de doña Chole, donde se anunciaban las comidas y al mismo tiempo su imagen, aquello le daba un matiz de tradición, era como ver una envoltura del chocolate Abuelita, desde antes de consumir ya te sabía a algo, te movía las entrañas.

En cuanto llegabas al local la foto de Doña Chole era una tractivo, a veces ella no estaba, pero su esencia la custodiaba la enorme foto publicitaria. Tal vez era la fondera más importante del mercado.

Era una mujer entrada en años, con una sonrisa angelical, pelo corto, pero bien peinada, de tez blanca y ojos grandes, mostraba los dientes enteros y labios rojos, la imagen causaba ternura. Se trataba del restaurante que estaba ubicado en el segundo piso del mercado Cuauhtémoc. La barra era extendida, pues tenía alquilados dos locales y sobresalía de los otros por el tamaño.

El que escribe, ha sido un eterno viandante de las calles del Centro. Mis amigos se molestan porque dicen que no quiero salir de ahí; las reuniones se han hecho en su mayoría en lugares que yo propongo y por lo general están en la zona Centro de Juárez. Para no variar, llevé a unos ingenieros al segundo piso del mercado. Era el 2010, y la violencia era el tema diario, por doquier lo que se movían eran las noticias rojas, nos hacía falta un poco de paz y de relajamiento, pensé que ir a las fondas haría sentir bien a los profesionistas.

En una mesa cuadrada de lámina nos sentamos cuatro (Carson, González, Collazo y yo). Su servidor quedó de frente a la foto de la doña, en un santiamén emergió de atrás de la barra un morenazo a paso precipitado, llevaba un trapo en la mano, delantal y la cachucha tipo catcher.

Comenzó a carcajearse y al mismo tiempo a limpiar las mesas, detrás de él venía doña Chole quien se quedó en el burladero, pero sus palabras no. Soltaba una ráfaga de dicterios y despropósitos hacia el joven, mismo que no dejaba de reír en tono de burla, pero este no volteaba a verla.

“Por mí tragas, hijo de t.p.m.”. Esa frase fue lapidaria, me pregunté qué fue lo que aquel caballero hizo o no hizo para que la señora se lo refiriera.

La refriega siguió y la Chole lo adornó aún más con una serie de majaderías tipo Alejandro Lora. Todos mirábamos azorados a la dama más popular del mercado, ya que se había caído la imagen inocente que daba la foto, de ser un ángel de Dios, ahora parecía un ángel de Belcebú, o más bien, un soldado poblano de esos chaparritos que intimidan mentándote la madre 10 veces por minuto.

La Güera Gardea (RIP), señora letrada que habitó mi calle, al oír a los majaderos decir improperios les preguntaba “¿con esa boquita comes?”. Yo no le podría haber preguntado a doña Chole, la verdad me tenía asustado y eso que la bronca no era conmigo, de echo los ingenieros estaban agazapados con temor a que sus muebles también salieran raspados.

Ante toda la artillería verbal, aquel jovenazo no perdió el estilo y no respondió a los descréditos, permaneció estoico, parecía que no sentía nada, tal vez ni si quiera lo entendía, su reacción fue como si hubiera leído la columna del Lic. Camarillo (se adornó mucho pero no dijo nada). Aquel jovenazo siguió su día como si nada, pero la señora no sentía lo mismo, ya que hasta ruborizada se puso y su manoteo cortaba el aire como bayoneta.

Esta semana recordé la frase “por mí tragas, hijo de t.p.m.”. Amaneció enojado AMLO y dijo que “La señora presidenta de la Corte para hablar en plata, está por mí, de presidenta…”. Dos frases casi equivalentes, si no fuera porque el presidente fracasó en imponer a su comadre. Ni fu, ni fa.

………………

El faraón de la Tele

Ahora veo que hay mucha gente, me puse a contar y son casi 50 humanos dentro del cuadrilátero. “Ya no caben, casa llena”, dijo Ramón Alvarado; se espera la vista del alcalde y por esa razón hay más gente de lo común, llegó la avanzada de fotógrafos y el vocero, quien no deja de revisar el teléfono, este va ataviado con su sombrero, un suéter que tiene una bola enfrente, todo indica que es la barriga y el zíper de sus jeans a medio cerrar. La panza se rebeló a la gravedad y empuja al cierre. Ni hablar, es el destino de que todo lo que sube, baja.

Es febrero y apenas se comienzan a regularizar las tenidas, por fin apareció Ortiz Bello, con sus zapatitos color café y bien lustrados, se les ven algunos kilómetros recorridos, pero cómodos, estuvo ausente desde noviembre cuando le tocaba tomar protesta. Rosendo, el presidente, tomó el micrófono y comenzó a hacer cáliz, mientras Margarita Sierra, Carla y Roberto Ábrego reparten las viandas. Ellos han comprobado ante el respetable que gozan de buen sazón, hasta el café les sale sabroso. El platillo del sábado, que incluye galletas y café, fácilmente alcanza 200 pesos en el Rigel o en la Nueva Central, aquí por 100 pesos nos dan seguro social, desayuno y show: COLEGAS, PAGUEN LA CUOTA. ¿Sorditos?

La sesión ha iniciado y se habla de la colocación de las placas conmemorativas en la Plaza del Periodista, sin dejar pasar el aviso de que nos acompañaría el alcalde. En la esquina sur alguien gritó que “el compañero Covarrubias está muy serio”. “Es que no vino Alicia”, respondió un espontáneo. Para entonces, Hugo Argumedo ya se había sentado, pero sin plato. A los hermanos Torres se les miraba juntos y frente a ellos Manuel del Castillo, quien acababa de aterrizar, pero esa idea de su nueva cara no la tenía en mi disco duro, en la foto del 2007 se miraba un poco menos correteado. De la nada alguien le pidió al vocero Carlos Israel que checara la llegada del alcalde. “Ya viene en camino”, respondió ipso facto, pero nadie le pidió que se subiera el zíper.

A las 10:10 llegó el invitado de honor, pero primero habían llegado los guarros. ¿Cómo le hacen para que a todos les brille la cara igualito? ¿Usarán Teatrical o Vaselina? Junto a la avanzada llegó el secretario particular del alcalde, Nacho Carmona, quien se cargaba unas ojeras de hombre embarazado. El munícipe tardó casi seis minutos en caminar ocho metros al interior. Rosendo, el presidente de la Asociación de Periodistas, lo recibe, lo sienta y le hace una radiografía de lo que significa esta institución: “Se fundón en 1963, es de las más antiguas del país, tiene patrimonio propio”. Por su parte el veterano Héctor Javier tomó el micrófono y dijo que “es un alto honor para nosotros” (tenerlo en la APCJ). Cruz, con un ojo al gato y otro al garabato, recibió el platillo de la mañana y empezó a picar el huevo con nopalitos, luego su secretario Nacho, el de las ojeras de iguana, también recibió una dosis que atacó a discreción, pero sobre seguro.

El señor Arturo Mendoza, quien se parece mucho a Arturo de Córdova, vino muy guapo, se acompaña con un saco gris, corbata a rayas rojas y un chaleco oscuro, el cual hace elevar el color azul cielo de su camisa, el moño es formal, asimilando un triángulo perfecto, digno de cualquier señal masónica, su bigote lo lleva delineado, delgadito e impecable. Tomó el micrófono y de la nada armó un discurso improvisado aludiendo las obras de esta administración, aprobando a quema ropa lo que ha hecho Pérez Cuellar, sin embargo, del otro lado del arenado, estaba Hugo Argumedo midiendo el territorio, sigiloso, escuchando las palabras de algunos compañeros que sonaban a ornato. Entonces el reportero pidió el micrófono para romper con la luna de miel al interior del Coso de la Vicente, e increpar al neomorenista, y sin temblarle la voz, se dejó ir con un par de banderillas que llevaban veneno en contra de las vialidades y de los agentes de estas.: “Manejar parece un castigo. Los agentes te buscan, y te rebuscan (pretextos para extorsionar)”.

Además, apuntó algo muy interesante: “se compraron máquinas para pintar las líneas de las calles y no las encuentro, no sabemos en dónde están”. Nuestro Hugo, a quien en lo consecuente le llamaremos “El Faraón de la tele”, se aventó una corrida majestuosa en el Ruedo de la APCJ. No había desayunado y ello le sirvió para sacar el “fua”. Como torero en la Plaza México, cortó de tajo dos orejas, nomás el rabo no se lo dieron porque el juez de plaza era Jesús Alfredo Varela, quien observaba desde el burladero y no iba a ser tan fácil sacar un trofeo otorgado por la marea morenista.

Hugo, discretamente soltó el micrófono y el alcalde también sacó su mejor verónica, arguyó que ya se tenía que ir, los susurros no se hicieron esperar, a lo cual Cruz respondió que tenía algo ya agendado, sin embargo, se dio el tiempo para responder con el capote, con buen estilo y sin quitarle los ojos al astado, como buen diestro, respondió toreando bien y aquello de la prisa, se olvidó. ¡Más faraones de esos por favor!

*Los comentarios del autor son responsabilidad suya y no necesariamente reflejan la visión del medio.

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