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¿Qué cosas, no? – Norte de Ciudad Juárez

Los comentarios del autor son responsabilidad suya y no necesariamente reflejan la visión del medio

Los días entre semana, no era muy común ver a mi mamá a la 1:00 de la tarde deambulando por la casa, ya que esa hora estaba destinada al trabajo y precisamente, ese trabajo consistía en cruzar el río Bravo unas cuatro veces a la semana, aunque no siempre se lograba el objetivo. Esta situación se prolongó por muchos años desde la década de los 70s hasta finales de los 80s.

Les decía que no era común verla el lunes o martes, lo cual implicaba intuir que había sido retachada por la migra, inclusive el ambiente en casa era de pérdida y de cara larga, aquello significaba que la percepción de un día laboral se había dilapidado en nada, además se había malgastado la cuota del traslado sobre las espumas chocolatosas del Bravo.

Cuando caía una trabajadora, caían varias, a veces ya estaban en el centro de El Paso y los agentes las perseguían; y cuando digo “las”, es porque en su mayoría –al menos en lo que a mí me consta– eran mujeres las que se cruzaban casi a diario.

Mi madre, como otros vecinos –don Pablo Molina, Meny Gardea, Amelia Sánchez, don Ramón, el tío Gabino, doña Nacha–, no se salvaba en el barrio de haber ido a trabajar a los Estados Unidos como indocumentada, todos los que conformaron esa vieja colonia, de los cuales solo viven algunos, tuvieron la oportunidad de ir a ganarse unos cuantos dólares sobándose el lomo ya sea limpiando las yardas, las casa, lavando, planchando, o el último recurso, ir a trabajar en el “Fil” (fields), en la pizca del chile o cualquier vegetal que estuviera de temporada, ya que pagaba bien. Pero eso implicaba levantarse a las 2:00 de la madrugada, irse de aventón hasta Las Cruces y comenzar las labores antes de las 5:00 am.

Había que terminar temprano para no exponerse tanto tiempo al sol, no obstante, el trabajo requería andar agachado siempre, así que a la hora de llegar a casa lo que mejor caía no era comer, sino, recostarse y enderezar el tronco, pero no supe de alguno de los mencionados que llegara a la casa a ver TV. La joda seguía.

Todos los de la cuadra tuvieron una historia con la migra y por supuesto no es una historia grata. Lo peor de todo, o tal vez lo más execrable es que los agentes de migración más rudos o como decían ellos, los más “perros” era de quien menos se esperaba y sí, los más perros eran mexicoamericanos (chicanos).

Un día llegó mi madre con los ojos inflamados y llorosos, había sido detenida en el bordo del río, obviamente del lado gabacho, pero alguno de estos agentes disparó una bomba lacrimógena y el ambiente se llenó de gas. El pilón fue que ese día los “agarraron”.

Esta última palabra es un sinónimo de garras y tiene que ver con los animales que tienen la facilidad de coger a su presa con las largas uñas con las que fue proveído por la naturaleza. Sin embargo, en este caso la palabra “agarrar” tenía un simbolismo lapidario, significaba que habían caído en las manos de los agentes de la migra y habían sido, asimismo metidos en la “perrera”. Esta perrera era una pickup con un camper, tenía 2 ventanitas, una por lado y le llamaban así porque asemejaba a un vehículo para trasladar lomitos.

Uno de tantos días que la vi cabizbaja, ansiosa, caminando de un lado para otro, vociferando majaderías y renegando por la pérdida del día, escuché entre dientes que dijo que la habían “aventado” hasta El Porvenir. Este lugar queda a 80 kilómetros de Ciudad Juárez y es un pueblo donde hoy en pleno siglo XXI, las calles aún permanecen sin nombre (solo para que se den una idea de cómo es), y transportarse a cualquier otra ciudad representa todo un viacrucis. Imagínense en la década de los ochentas el esfuerzo que implicaba regresar a la ciudad. 

Es decir, la finalidad era hacerles daño, todo el que se pudiera y de forma que no se viera tan mal. Afortunadamente muchas de las amigas de mi mamá arreglaron residencia en 1986 cuando hubo una amnistía por parte del Gobierno de los Estados Unidos. Algunas de aquellas señoras hoy ya no viven, tal vez sus nietos sean ciudadanos norteamericanos.

Lo más doloroso para su servidor, es pensar que esta tercera generación no conoce las andanzas, los sufrimientos, el hambre, por las que pasaron sus abuelos o sus padres. Y es muy probable que esta gente sea la que está repudiando la entrada de venezolanos y sea quien más se queje de ellos.

Al voltear hacia atrás y trasladarme por esta escalera del tiempo, veo a mi madre sufriendo, tocando puertas, buscando trabajo “de lo que sea”, para mantener a una familia de 5, veo a una simple mujer latina que pudo haber sido venezolana, hondureña o salvadoreña, implorando por unas cuantas horas de labores a cambio de un mísero salario.

Toda la discriminación y humillaciones que sufrió mi madre hoy la veo reflejada en un combo ideológico: se rechazan migrantes allá y se rechazan migrantes aquí, les pegan allá y les pegamos aquí, los humillan allá y los humillamos aquí, los lastiman allá y los lastimamos aquí. 

Cambiar de país no es nada fácil, ser el apestado, tampoco. La gente de mi ciudad se ha convertido en lo que odiamos. ¿Qué cosas, no?

*Los comentarios del autor son responsabilidad suya y no necesariamente reflejan la visión del medio.

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